miércoles, 6 de junio de 2012

Max y Moritz:

¡Ay, los niños revoltosos
suelen ser los más famosos!
Max y Moritz, por ejemplo:
dos pícaros como un templo.
Nunca quisieron ser buenos,
ni oír consejos ajenos,
de educarlos no hubo modo,
se burlaban, sí, de todo.
¡Una pareja infernal,
dispuesta a sembrar el mal!
Atormentar a las ranas,
robar peras y manzanas,
hacer rabiar al sufrido
es mucho más divertido
que estarse quieto en la escuela
o ir a misa con  la abuela.
<<¡Ya os llegará la hora aciaga,
que el que la hace, la paga!>>
Y este binomio terrible
tuvo un final previsible.
Por eso y para escarmiento,
sus hazañas pinto y cuento.


Había una vez un escritor e ilustrador alemán, Wilhelm Busch, que tuvo a bien crear lo que se convertiría en un clásico infantil allá por 1895. Su pretensión, además de divertir, era la de advertir sobre las consecuencias de quien no tenía una buena conducta.


Con el paso del tiempo, estas siete travesuras en verso, fueron traducidas, con más o menos tino, a diversos idiomas y much@s fueron l@s niñ@s que rieron y aprendieron con Max y Moritz -entre ell@s la que escribe, en inglés y por fortuna.


En febrero de este año, Impedimenta nos regaló la oportunidad de recuperar este clásico de la literatura infantil y juvenil para deleite de adultos nostálgicos, de jóvenes lectores,  de aquellos que gustan de las ediciones inmaculadas, de quienes disfrutan con las rimas y el humor y de amantes del cómic y de la ilustración. Porque, estimados y estimadas, no os confundáis, no. Si pensáis que es una historieta para niños, tal y como nos hicieron creer, estáis equivocad@s. 


El señor Busch, de nombre Wilhelm, fue uno de los mejores caricaturistas de su época, aunque le costó sudar lo suyo hasta que dio con Kaspar Braun, editor del Fliegende Blätter, que supo ver que estaba ante un gran artista. No es de extrañar que, con el tiempo, se convirtiese en referente para muchos, alcanzase el título de "abuelo del cómic" y hasta se le dedicase un museo en Hannover. 

Sus ilustraciones poseen tal fuerza, a pesar de la aparente simpleza que las reviste, que resultan suficientes para comprender todo aquello que Wilhelm trató de transmitir como buen crítico social que era.




Pero, por suerte, decidió acompañarlas de sencillas rimas que otorgan a su trabajo, como es el caso, un toque infantil y humorístico que hace sonreír ante la crueldad de la realidad que dibuja. Porque Max y Moritz, que como dije al principio, se convirtió en un clásico infantil, muestra cuál es el comportamiento que no se debe seguir si pretendemos escapar a la condena... social.
Así que, lectores y lectoras míos, déjense llevar por estas dos criaturas y vayan a buscar su libro fetiche, lean y relean, miren y remiren, que no vean lo que da de sí "una historieta en siete travesuras". 


No hay comentarios:

Publicar un comentario