martes, 26 de junio de 2012

Amor de perdición:

Os invito a cerrar los ojos para hacer un viaje en el tiempo. Nos vamos al Oporto de 1861, a la antigua cárcel de la ciudad, actual Centro portugués de fotografía. Allí Camilo Castelo Branco, que está pasando una temporada entre rejas por mantener una relación adúltera con Ana Plácido -amor de su vida, mujer de Manuel Pinheiro Alves y tan rea como él, según consta en actas-, escribe Amor de perdición en los que definirá como los quince días más tormentosos de su vida. 
Sin embargo, la historia no trata sobre su propia experiencia -o eso dice él- sino acerca del trágico enamoramiento entre uno de sus antepasados, Simón Botelho, y Teresa de Alburquerque. Como es de suponer, sobre todo viniendo de la pluma de uno de los mejores escritores del romanticismo portugués, nació todo un folletín -porque absurdo sería negarlo- plagado de enfrentamientos por honor, padres enemistados, traiciones, alianzas, cartas secretas, jóvenes que actúan movidos por la esperanza de estar juntos pese a ese aciago destino que apunta todo lo contrario y, sobre todo, disfrazada entre todo el entramado de personajes y secuencias, una importante denuncia con moraleja. 

Porque los amores trágicos no lo son por causa de quienes los padecen, sino a tenor de los actos y mentalidad de aquellos terceros que los ahogan o las sociedades en las que intentan sobrevivir. Una delicia que os deseo que disfrutéis, a ser posible, en uno de los maravillosos parques de la ciudad en que vio la luz. 

"El corazón es la víscera, herida de parálisis, que más pronto desfallece sofocada por las rebeliones del alma que se identifica con la naturaleza, y la quiere, y se devora con el ansia de ella, y se retuerce con los sufrimientos de la amputación, para los cuales el recuerdo de la felicidad herida es un hierro candente, y el amor, que conduce al abismo por el camino de la soñada felicidad, no es ni siquiera un refrigerio"


miércoles, 6 de junio de 2012

Buen viaje, Mr. Bradbury:

Hace unas horas nos enteramos del fallecimiento de Ray Bradbury, autor cuyas historias han formado parte del itinerario lector de much@s de nosotr@s y que hoy son relectura imprescindible. Ni qué decir tiene de la tristeza que nos da y el agradecimiento que, como viajer@s de mundos imaginarios que somos, le tenemos. 

Fahrenheit 451 y Crónicas Marcianas son, seguramente, sus más conocidos títulos, pero es justo recordar otros como uno que para mí es especialmente entrañable: El árbol de las brujas (The Halloween Tree). 

Fue una de mis primeras lecturas de adolescencia (pre, para ser más precisa), la carta de presentación de un gran escritor al que conocí a través de cierta película de Truffaut. En la edición de Minotauro que conseguí en la biblioteca, una tenebrosa calabaza vaticinaba el argumento: conocer el origen de los ritos celebrados en Halloween a través de viajes en el tiempo, aventuras, personajes tenebrosos y amistad. Muy sencillo, pero inmensamente especial. 

Así que hoy, cuando he leído que a los 91 años ha decidido tomar el tren-lanzadera que lleva a esos mundos fantásticos, este título ha surgido en mi mente. Porque si hoy soy (somos, me atrevo a decir) un conjunto de afectad@s por el Síndrome del Lector Selectivo es gracias a autores como el gran Ray, que compartió su mundo imaginario, su visión de la vida y particular lectura del mundo, esas ganas de vivir y amar que le caracterizaron, con todo aquel que quiso leerlo. 

Como pequeño homenaje, la adaptación animada de esa primera lectura. Y como final de esta entrada, las palabras de su nieto al anunciar la noticia en io9 "Si tuviera que hacer alguna declaración, sería lo mucho que le quiero y le echo de menos, y espero con interés escuchar los recuerdos que tienen de él los demás" 




Max y Moritz:

¡Ay, los niños revoltosos
suelen ser los más famosos!
Max y Moritz, por ejemplo:
dos pícaros como un templo.
Nunca quisieron ser buenos,
ni oír consejos ajenos,
de educarlos no hubo modo,
se burlaban, sí, de todo.
¡Una pareja infernal,
dispuesta a sembrar el mal!
Atormentar a las ranas,
robar peras y manzanas,
hacer rabiar al sufrido
es mucho más divertido
que estarse quieto en la escuela
o ir a misa con  la abuela.
<<¡Ya os llegará la hora aciaga,
que el que la hace, la paga!>>
Y este binomio terrible
tuvo un final previsible.
Por eso y para escarmiento,
sus hazañas pinto y cuento.


Había una vez un escritor e ilustrador alemán, Wilhelm Busch, que tuvo a bien crear lo que se convertiría en un clásico infantil allá por 1895. Su pretensión, además de divertir, era la de advertir sobre las consecuencias de quien no tenía una buena conducta.


Con el paso del tiempo, estas siete travesuras en verso, fueron traducidas, con más o menos tino, a diversos idiomas y much@s fueron l@s niñ@s que rieron y aprendieron con Max y Moritz -entre ell@s la que escribe, en inglés y por fortuna.


En febrero de este año, Impedimenta nos regaló la oportunidad de recuperar este clásico de la literatura infantil y juvenil para deleite de adultos nostálgicos, de jóvenes lectores,  de aquellos que gustan de las ediciones inmaculadas, de quienes disfrutan con las rimas y el humor y de amantes del cómic y de la ilustración. Porque, estimados y estimadas, no os confundáis, no. Si pensáis que es una historieta para niños, tal y como nos hicieron creer, estáis equivocad@s. 


El señor Busch, de nombre Wilhelm, fue uno de los mejores caricaturistas de su época, aunque le costó sudar lo suyo hasta que dio con Kaspar Braun, editor del Fliegende Blätter, que supo ver que estaba ante un gran artista. No es de extrañar que, con el tiempo, se convirtiese en referente para muchos, alcanzase el título de "abuelo del cómic" y hasta se le dedicase un museo en Hannover. 

Sus ilustraciones poseen tal fuerza, a pesar de la aparente simpleza que las reviste, que resultan suficientes para comprender todo aquello que Wilhelm trató de transmitir como buen crítico social que era.




Pero, por suerte, decidió acompañarlas de sencillas rimas que otorgan a su trabajo, como es el caso, un toque infantil y humorístico que hace sonreír ante la crueldad de la realidad que dibuja. Porque Max y Moritz, que como dije al principio, se convirtió en un clásico infantil, muestra cuál es el comportamiento que no se debe seguir si pretendemos escapar a la condena... social.
Así que, lectores y lectoras míos, déjense llevar por estas dos criaturas y vayan a buscar su libro fetiche, lean y relean, miren y remiren, que no vean lo que da de sí "una historieta en siete travesuras".